La Cata está llorando en la capilla. Con el estómago hacia el banco, con los puños apretados, con ese llanto desgarrador y silencioso. Como si estuviera dormida. No habla, no se mueve. Pongo su frente contra la mía, sus mejillas están húmedas, sus ojos verdes empañados, tanto que no alcanzo a ver sus pupilas.
La Cata tiene síndrome de down, 12 años, su papá murió el año pasado. Pero está sola, sola en la capilla, sola rogándole a una figura de madera que se lo devuelva.
Ninguna Tereshana aparece por ahí. Su profesora jefe reclama que no es responsabilidad de ella. Wow, me cuesta entender cómo esa señora se mira al espejo sin querer suicidarse.
Me quedo a su lado, la beso en la mejilla. No se bien que hacer para ayudarla. Se escapó de la sala, siempre lo hace, la miro correr. Su figurita pequeñísima, concentrada, indefensa. Esa que te dan ganas de proteger como puedas pero que al mismo tiempo te parece indestructible, porque sus ojos transmiten tanta vida que es imposible pensar que pertenecen a una persona débil.
No voy a llevarla de vuelta. Además sería un poco cínico.
Yo estoy haciendo lo mismo.
(Cuando usaba uniforme y trepaba)
(Conejazo me trajo parches del Petti. Jotazo me trae libro del Petti. Gosh, asi da gusto la amistad!)
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domingo, 24 de septiembre de 2006
jueves, 7 de septiembre de 2006
EsoQueEmpiezaEnElEstómagoYRecorreLaEspina
Como pasear por los cubículos sin aire ni luz y ser el ser más feliz de la tierra.
Como despertar en la mañana sabiendo que tu mundo se lanzó hace tiempo desde el piso 11, y aun así, no tener ganas de pegarte un tiro en la boca.
Como las pastillas de Calamaro. Como las faltas de ortografía
Como despertar en la mañana sabiendo que tu mundo se lanzó hace tiempo desde el piso 11, y aun así, no tener ganas de pegarte un tiro en la boca.
Como las pastillas de Calamaro. Como las faltas de ortografía
Como una única certeza.
Como cuando mirabamos el cielo lleno de smog (no, no iban a salir las estrellas), sobre el pasto sucio y desagradable. Dopada de ese milk shake de chocolate ostigante. Contigo, que ya no dueles, que ahora te ves tan lejano e impresindible que llega a dar gusto. Como cuando me preguntaste qué era lo que más amaba en la vida y no se me ocurrió tu nombre.
Escribir.
Escribir es lo único que me quita el terror en las mañanas.
Como cuando mirabamos el cielo lleno de smog (no, no iban a salir las estrellas), sobre el pasto sucio y desagradable. Dopada de ese milk shake de chocolate ostigante. Contigo, que ya no dueles, que ahora te ves tan lejano e impresindible que llega a dar gusto. Como cuando me preguntaste qué era lo que más amaba en la vida y no se me ocurrió tu nombre.
Escribir.
Escribir es lo único que me quita el terror en las mañanas.
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